Por Claudio Obregón Clairin
Una trasnochada interpretación de los productos culturales determina en el imaginario social que los creadores son "entidades fuera de lo común" y por ello, viven de su arte.
Sin embargo, en una ocasión y rehusándose a ofrecer de manera gratuita su trabajo, mi amigo escultor Juan Rojas argumentó a los organizadores de un evento "artístico": el Arte no tiene precio pero sí un número.
La vitalidad de los pueblos y la expresión de sus conclusiones sobre la existencia perduran en el tiempo a través de la obra de sus artistas, sabemos, por ejemplo, de la grandiosidad de Grecia y Roma por las obras de sus poetas, escultores, pintores y dramaturgos entre otros creadores, cada faceta de la existencia humana cuenta con un sello que la caracteriza y los artistas han sido siempre sus mejores intérpretes.
Cancún se formó con individuos provenientes de diferentes latitudes del territorio nacional generando un crisol de culturas, identidades, cosmovisiones y necesidades; sin embargo, con tal riqueza étnica y un vasto imaginario cultural, aún no hemos logrado arraigo, permanencia, identidad con la ciudad que habitamos, nuestros referentes sociales son las Plazas Comerciales y la Glorieta del Ceviche (que por cierto, tiene unos caracoles esotéricamente colocados al revés, como están, actúan como vórtices), carecemos de parques, accesos a las playas y teatros, como resultado de este incongruente desarrollo social, los artistas y los que dicen serlo, mendigan el ejercicio de su profesión y las más de las ocasiones trabajan gratis; lo grave es que a ellos mismos se les hace costumbre y denigran su trabajo porque trabajar gratis trae mala suerte.
Como un personaje sustraído de alguna película de Federico Fellini, el Teatro de la Ciudad de Cancún hace algunos años fue ridículamente inaugurado en "Obra Negra" y después de varias administraciones, aún no ha sido concluido, la anterior administración municipal le dio una pintadita a la fachada, vistió de galería el vestíbulo y convirtió el sótano en un caluroso auditorio, estás situaciones son preciados monumentos a la ingravidez política, pero siendo objetivos y con el ánimo de construir identidad, pregunto: ¿de qué nos sirve un Teatro si no hemos construido un público que reconozca la valía de Las Bellas Artes?
Cuando se diseñaron las rutas de autobuses a nadie se le ocurrió que algunas de ellas hicieran parada en La Casa de la Cultura de Cancún, limitando así la afluencia, hoy en día, quienes llegan en vehículo, buscan con dificultad el minúsculo letrero que anuncia el ingreso al recinto cultural, identificado el ingreso, son recibidos por "350 metros de cráteres asfálticos", cuando se retiran, navegan por "tres enormes lagunas sascaberas" y al emerger deben ajustar los frenos que quedan bañados en las aguas de la displicencia.
En política, la forma es fondo, por ello los productos culturales son valorados en la suma total de la "eventitis" como si los números tuvieran identidad cuando lo urgente es ubicar y revalorar nuestras riquezas intangibles y a los creadores de las mismas, porque sus expresiones culturales crean riqueza, generan prestigio, identidad, arraigo, orden, son referentes sociales. Este asunto es de lógica elemental pero vivimos en la incongruencia social.
Nuestras palabras, ideas y acciones están remitidas a producir y comprar impulsivamente, terminamos por separar a la Civilización de la Cultura, cuando en realidad son un único concepto.
Como sociedad, derrochamos todos nuestros esfuerzos en la preocupación por construir, en fregar al prójimo, en la ruptura, en el menosprecio de las ideas y de las palabras, en crecer económicamente destruyendo a la naturaleza, en hacernos tarugos creyendo que ahí la llevamos con un desarrollo sustentable cuando en realidad los factores económicos son santos de devoción y quien no transa no avanza en la frenética carrera de consumir, poseer, desear, sobrepasar, arrollar.
La realidad cultural de Cancún es el fruto de nuestra desarticulación social que privilegia la simulación y transita en un desarrollo involutivo pero los cambios en los desarrollos sociales no se dan por decreto sino se provocan reestructurando el apoyo cultural para que la Cultura pase de ser la Tía Fea de Cancún a un catalizador de inquietudes sociales, motor de identidad y riqueza turística.
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