Por Claudio Obregón Clairin
Desde hace tiempo me he preguntado sobre los motivos que nos conducen -a la mayoría de los mexicanos- a poseer una baja autoestima, a mostrar solidaridad únicamente en casos de tragedias, a transar para avanzar y a simular un maravilloso desarrollo económico sustentado en "El Progreso Involutivo".
En sus editoriales del periódico El Universal, el maestro Macario Schettino, desde el año pasado viene argumentando con precisión que nuestro desatino como nación se lo debemos a nuestra Sacrosanta Revolución.
Observemos que rendimos memoria a héroes perdedores, traicionados y fusilados, que la Reforma Agraria nunca produjo beneficios a los campesinos porque fueron inmediatamente mediatizados por el corporativismo y se propició una deforestación nacional desprovista de reversa; sin embargo, la herencia más recalcitrante de la Revolución es nuestro sistema educativo.
Se nos ha inculcado -y se sigue haciendo- una educación consagrada a memorizar, a simplemente registrar el conocimiento como una entidad externa, por eso mismo, la media nacional no se encuentra interesada en reflexionar sobre sí mismos ya no digamos sobre su entorno natural y social. He ahí el origen de nuestra complicidad con una estructura socioeconómica donde se reconocen las mañas y no las capacidades, luego entonces, traicionamos nuestra integridad para mantener nuestro equilibrio en la delgada y resbalosa cuerda de nuestro coto de poder.
El Sindicato de Maestros de México es la agrupación sindical más importante de Latinoamérica y en lugar de procurar un educación de calidad y forjar ciudadanos productivos, inteligentes, éticos y trabajadores, su cúpula se consagra a posicionarse políticamente en una estructura de complicidades, favores y rencores heredados de La Revolución que desvirtúan la vocación de los maestros quienes, por cierto, no cumplen con los mínimos requisitos para educar y pareciera que memorizar y pasar de panzazo es suficiente.
El colmo: la mayoría de los maestros reprueban los exámenes que mesuran sus capacidades, pero sus votos los otorgan al mejor postor sin importar el partido político al que pertenezca ya que no es la ideología lo que se enarbola sino la permanencia de un sistema de complicidades y limitada educación: un pueblo que no es educado con criterio y discernimiento, será siempre obediente, conformista y estará condenado a traicionar su desarrollo en equidad.
Cuando por carencia de educación cívica, no somos capaces de reconocer nuestras faltas, errores y simulaciones, regularmente nos refugiamos en la desacreditación de nuestro igual o en justificar circunstancias e imponderables, lo mismo acontece en nuestra sociedad. Lamentamos y denostamos las incapacidades de quienes dirigen al país pero durante el periodo de elecciones nos portamos apáticos delante a nuestro porvenir y el abstencionismo es monumental además de que quienes votamos nunca exigimos cuentas a nuestros representantes.
Como dice mi amigo Francisco Alzaga, durante las elecciones se gastan millones de pesos en las campañas y cuando llegan al poder, los políticos en turno de cualquier partido político escudan su incompetencia argumentando que no hay presupuesto… ese es otro asunto que deberíamos regular porque el gasto electoral es insultante en tanto tenemos carencias urgentes, como mejorar el nivel educativo de maestros y alumnos.
Corea del Sur se levantó de una guerra sin recursos naturales ni económicos pero apostó a la educación de sus ciudadanos y hoy es un país exportador de tecnología, cuando estuve por allá, vi teléfonos celulares que llegaron 5 años después a México, noté que existía entre los coreanos un sentimiento de nación, pertenencia, arraigo, disciplina, productividad, solidaridad en el trabajo y equidad en las posibilidades de desarrollo… exactamente todas las virtudes sociales que carecemos los mexicanos, el origen de la abismal diferencia entre ellos y nosotros, la educación.
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